En mayo de 1937, 4000 niños vascos fueron enviados al Reino Unido de la mano de maestros voluntarios y curas, en un barco llamado "La Habana," con el fin de salvarles del bombardeo de Guernica y de la guerra. Al llegar a Southampton, fueron trasladados a varias colonias y campos de refugiados a lo largo del Reino Unido. 40 niños fueron enviados a Hull, la ciudad donde me enviaron desde San Sebastián para realizar un proyecto fotográfico, fruto de una residencia artística de intercambio entre cuatro capitales culturales europeas.
Como estamos inmersos en una gran crisis humanitaria, mi intención con mi trabajo era concienciar a la gente, mediante la comparación de estas dos realidades, la de los niños vascos de 1937 y la actual. En 1937, los británicos mostraron una gran solidaridad humanitaria al margen de ideologías (en contraste con el Brexit). Además, quería que la sociedad española reflexionara también sobre nuestro pasado como refugiados.
Los niños refugiados pasan ahora por situaciones similares a las de los niños vascos: algunos se ven obligados a abandonar el Reino Unido después de haberse adaptado, tienen que aprender un nuevo idioma, están solos sin sus familias y tienen necesidades emocionales que también atienden profesores, voluntarios o trabajadores sociales. Muchos menores están en plena crisis identitaria y unido a su situación de desarraigo, está el saber que sus padres están muertos, el no saber si lo están o el haberlos perdido de camino a Europa. A ellos les dedico mi trabajo fotográfico, pero puesto que realicé amplias entrevistas a adultos, me gustaría también hablar de ellos ya que tendemos a ver a los refugiados de forma indolente en las noticias constantemente.
De todos aprendí algo, porque en todo lo que una hace de forma profesional y artística hay algo personal. Como decía Farid, de origen argelino: “inmigrante, demandante de asilo,refugiado... ¡qué más da! Todos somos pasajeros y extranjeros en el globo terrestre. Descansamos en paz… ¿por qué no podemos vivir en paz?”
Entre ellos, también estaba Roua, de origen sirio, universitaria, feminista y activista de derechos humanos. Esto le llevó a estar en la lista negra de su país y a no poder volver nunca más. Durante este proceso legal de asilo en el Reino Unido, su libertad de movimiento se restringió a los 8 meses que duró. Finalmente, tras múltiples entrevistas y pruebas para contrastar su historia, acento, y pruebas de que su vida corre peligro en Siria, consiguió recientemente su estatus de refugiada, algo que le averguenza pero que le servía para poder seguir con sus planes académicos y laborales. Su mensaje: “La Tierra es mi hogar, no te debo ninguna explicación ni tampoco el resto de refugiados e inmigrantes, ¡supera tu falso e ilusorio sentido desupremacía y período de derecho propio!"
También conocí al entrañable Ayman, un hombre de 60 años, de origen sirio, que había tenido que huir con toda su familia. Fué dentista en su país durante más de 20 años. Pero el sistema británico se lo pone muy difícil para volver a ejercer. Es mayor, no tiene todo el tiempo del mundo, y sabe que tardará mucho tiempo en conseguirlo, pero sus palabras y su sonrisa son toda una lección de vida: “los momentos bonitos se han convertido en momentos dolorosos ante la pérdida de todo. Aunque haya perdido a mi padre, mi madre, hermanos, hermanas y amigos….mi trabajo que ejercí durante más de 20 años y me haya visto forzado al exilio, aún mantengo mis memorias y recuerdos, eso es algo que nadie puede arrebatarnos. Todavía tengo una visión optimista del futuro y ¡no dejaré que nadie me robe mis sueños!”
Cuando hablamos del problema que supone la ola de refugiados, hablamos más bien de un problema y de unos desafíos que, en buena medida, son nuestros aunque sus protagonistas, los que sufren, sean los refugiados. Es nuestra crisis, en varios sentidos y no la crisis de otros, como se ha construido desde una parte de los medios de comunicación y también en buena medida como consecuencia de mensajes de gobernantes europeos, a través de algunas falacias que es preciso analizar, criticar. El fenómeno migratorio está presente desde los albores de la historia de la humanidad y la mayoría de las veces ha significado modernización y progreso humano. Todos somos, en mayor o menor medida, el resultado de desplazamientos que nos antecedieron. Sin embargo, en épocas de crisis económicas, político y social, los desplazamientos masivos de población, si no son encauzados con políticas migratorias eficaces y democráticas, pueden ser objeto de manipulación política (como ocurre con Trump) y, en consecuencia, de tensión entre grupos étnicos distintos.
Estamos ante una crisis, por qué no decirlo, también de valores. El recuerdo de nuestro éxodo en el pasado, debería despertar nuestra memoria histórica para entender, aceptar y superar los estereotipos negativos de rechazo y aquellas creencias erróneas que tenemos sobre la realidad de todos los refugiados o personas desplazadas. Son "gente común" con la que compartimos espacios comunes y las mismas emociones y derechos humanos sin importar las diferencias culturales, religiosas, políticas o de género. El derecho al asilo es un derecho recogido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948.
No habrá justicia si no hay deber y conciencia. ¡Despertemos los nuestros de una vez!
Como estamos inmersos en una gran crisis humanitaria, mi intención con mi trabajo era concienciar a la gente, mediante la comparación de estas dos realidades, la de los niños vascos de 1937 y la actual. En 1937, los británicos mostraron una gran solidaridad humanitaria al margen de ideologías (en contraste con el Brexit). Además, quería que la sociedad española reflexionara también sobre nuestro pasado como refugiados.
Los niños refugiados pasan ahora por situaciones similares a las de los niños vascos: algunos se ven obligados a abandonar el Reino Unido después de haberse adaptado, tienen que aprender un nuevo idioma, están solos sin sus familias y tienen necesidades emocionales que también atienden profesores, voluntarios o trabajadores sociales. Muchos menores están en plena crisis identitaria y unido a su situación de desarraigo, está el saber que sus padres están muertos, el no saber si lo están o el haberlos perdido de camino a Europa. A ellos les dedico mi trabajo fotográfico, pero puesto que realicé amplias entrevistas a adultos, me gustaría también hablar de ellos ya que tendemos a ver a los refugiados de forma indolente en las noticias constantemente.
De todos aprendí algo, porque en todo lo que una hace de forma profesional y artística hay algo personal. Como decía Farid, de origen argelino: “inmigrante, demandante de asilo,refugiado... ¡qué más da! Todos somos pasajeros y extranjeros en el globo terrestre. Descansamos en paz… ¿por qué no podemos vivir en paz?”
Entre ellos, también estaba Roua, de origen sirio, universitaria, feminista y activista de derechos humanos. Esto le llevó a estar en la lista negra de su país y a no poder volver nunca más. Durante este proceso legal de asilo en el Reino Unido, su libertad de movimiento se restringió a los 8 meses que duró. Finalmente, tras múltiples entrevistas y pruebas para contrastar su historia, acento, y pruebas de que su vida corre peligro en Siria, consiguió recientemente su estatus de refugiada, algo que le averguenza pero que le servía para poder seguir con sus planes académicos y laborales. Su mensaje: “La Tierra es mi hogar, no te debo ninguna explicación ni tampoco el resto de refugiados e inmigrantes, ¡supera tu falso e ilusorio sentido desupremacía y período de derecho propio!"
También conocí al entrañable Ayman, un hombre de 60 años, de origen sirio, que había tenido que huir con toda su familia. Fué dentista en su país durante más de 20 años. Pero el sistema británico se lo pone muy difícil para volver a ejercer. Es mayor, no tiene todo el tiempo del mundo, y sabe que tardará mucho tiempo en conseguirlo, pero sus palabras y su sonrisa son toda una lección de vida: “los momentos bonitos se han convertido en momentos dolorosos ante la pérdida de todo. Aunque haya perdido a mi padre, mi madre, hermanos, hermanas y amigos….mi trabajo que ejercí durante más de 20 años y me haya visto forzado al exilio, aún mantengo mis memorias y recuerdos, eso es algo que nadie puede arrebatarnos. Todavía tengo una visión optimista del futuro y ¡no dejaré que nadie me robe mis sueños!”
Cuando hablamos del problema que supone la ola de refugiados, hablamos más bien de un problema y de unos desafíos que, en buena medida, son nuestros aunque sus protagonistas, los que sufren, sean los refugiados. Es nuestra crisis, en varios sentidos y no la crisis de otros, como se ha construido desde una parte de los medios de comunicación y también en buena medida como consecuencia de mensajes de gobernantes europeos, a través de algunas falacias que es preciso analizar, criticar. El fenómeno migratorio está presente desde los albores de la historia de la humanidad y la mayoría de las veces ha significado modernización y progreso humano. Todos somos, en mayor o menor medida, el resultado de desplazamientos que nos antecedieron. Sin embargo, en épocas de crisis económicas, político y social, los desplazamientos masivos de población, si no son encauzados con políticas migratorias eficaces y democráticas, pueden ser objeto de manipulación política (como ocurre con Trump) y, en consecuencia, de tensión entre grupos étnicos distintos.
Estamos ante una crisis, por qué no decirlo, también de valores. El recuerdo de nuestro éxodo en el pasado, debería despertar nuestra memoria histórica para entender, aceptar y superar los estereotipos negativos de rechazo y aquellas creencias erróneas que tenemos sobre la realidad de todos los refugiados o personas desplazadas. Son "gente común" con la que compartimos espacios comunes y las mismas emociones y derechos humanos sin importar las diferencias culturales, religiosas, políticas o de género. El derecho al asilo es un derecho recogido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948.
No habrá justicia si no hay deber y conciencia. ¡Despertemos los nuestros de una vez!